Hace muchos años un pastor de cabras de Etiopía observaba que su rebaño masticaba las hojas de un arbusto provocándole a sus cabras una excitación peculiar, saltos y brincos por las noches.

El pastor cogió varias hojas de dicho arbusto e hizo una infusión, lo probó y se dio cuenta que no podía dormir. En otra ocasión hirvió las semillas, bebió y comprobó de nuevo que no podía coger bien el sueño.
Con las semillas mojadas, las secó y las puso en una sartén, en un despiste, vio como el color verdoso de las semillas iban tostándose a más oscuro, totalmente negro. Luego las hirvió y el resultado fue sorprendente ya que el sabor era mucho mejor.
Esta práctica se fue extendiendo por Etiopía y después a Arabia. Se hizo muy popular en Arabía el tomar café, incluso hubo personas que lo consideraron pecado. Las autoridades religiosas islámicas lo llegaron a prohibir el uso del café, desaconsejándolo por completo y llevándolo a debate. Sin embargo, los fieles no hicieron caso y siguieron consumiéndolo.
En Europa, el café llegó a Venecia y Viena. Al principio a los vieneses no les gustó por el poso del café turco. En Venecia el café se tomaba como medicamento para temas digestivos.
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