El origen de los templarios

En 1118, dos caballeros franceses llamados Hugues de Payens y Geoffroy de Saint-Omer coincidieron en Jerusalén con otros siete caballeros. Se dedicaban a defender y proteger a los peregrinos que acudían a Jerusalén. Se hacían llamar “Pobres caballeros de Cristo”. Pasado el tiempo, se instalaron en el Templo de Salomón y cambiaron su nombre a La Orden del Templo.

El monje francés Bernardo de Claraval redactó las normas de La Orden del Templo. Los caballeros que ingresaban en la Orden debían de hacer votos de pobreza y castidad, siendo sometidos a una estricta disciplina.

Los templarios se reunían cada semana para confesar sus faltas o pecados. Dependiendo de la gravedad se les imponía un día de ayuno o si eran casos más graves la expulsión de la Orden.

En 1147, el papa Eugenio III les asignó a la Orden un manto blanco con una cruz roja a la izquierda como símbolo de triunfo. Los templarios poco a poco fueron adquiriendo privilegios y riquezas ya que todos los que ingresaban en la Orden no podían tener hijos y debían entregar todas sus posesiones.

Los templarios llegaron a extenderse por Francia, Italia y España, siendo más de 15.000.

A pesar de hacer voto de pobreza, sus niveles de riqueza aumentaban cada vez más llegando a convertirse el número uno de banca cristiana en Francia. Algunos reyes franceses tuvieron que acudir a la Orden para pedir dinero, por ejemplo el rey San Luis cuando fue prisionero en Jerusalén. El dinero de la casa Real no pudo hacer frente al rescate y tuvieron que pedir un préstamo a los templarios.

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